Archive for the 'Relatos' Category

Carlitos, El Loco

¡Buuh!, gritó Carlitos mientras salía de su escondite para pegarnos un susto y corretearnos como casi todos los días a la hora de la salida. Siempre un lugar diferente: entre los árboles del deportivo, detrás de los postes de luz, en el paradero de las combis… Casi era rutina. Incluso cuando no iba a asustarnos, mis amigos y yo nos aburríamos, no porque nos gustara jugar con él, más bien porque nos gustaba gritarle y hacerle burla de que no podía hablar bien, de que era torpe para correr y que no podía alcanzarnos. No sé qué hubiera pasado si en una de esas me hubiera agarrado con sus manotas. En casa, mi abuelita decía que Carlitos estaba loco porque tenía lombrices en la cabeza y que los locos eran peligrosos. Yo no sé si Carlitos era peligroso porque siempre estaba en la calle, sucio y maltratado. Si fuera peligroso, no estaría en la calle, los peligrosos son otros, pensaba. Todavía me acuerdo de cómo a Carlitos lo apedreaban los de la secundaria, esos sí eran gandayas con él, porque a veces hasta lo hacían sangrar de la cabeza. Tal vez por eso Carlitos ya no quería jugar con nosotros; a lo mejor pensaba que nosotros también le íbamos a sacar sangre de su cabeza. Quizás por eso se enojó ese día que mis amigos y yo íbamos en las bicicletas, cuando veníamos de las maquinitas y nos lo encontramos cerca del deportivo; él no nos molestaba, estaba sentado diciendo cosas, viendo al piso y haciendo nudos en el aire con sus manos y dedos. Carlitos no nos hacía caso, no respondía a nuestras burlas, hasta que alguien le dio un zape, tan fuerte que nos hizo montar nuestras bicicletas y comenzar a pedalear aún antes de ver su reacción. Hubiera logrado escapar al igual que los demás de no ser por la cadena que se zafó por la torpeza de mis pedaleos, ¡no avanzaba a ningún lugar y Carlitos estaba justo detrás de mí, furioso! Ese día lloré y grité de miedo, pensé que era el final. Pero Carlitos no hizo nada cuando me alcanzó. Seguro vio que moría de miedo, que lloraba como un niño y que el indefenso era yo… No recuerdo cuándo dejé de ver a Carlitos, pero hace poco alguien lo recordó, muchos años después cuando él seguro ya murió de locura.

Aquí nos tocó vivir, dicen

El aire golpeó mi rostro; completa desorientación. Los árboles se agitaban de lado a lado. Nunca imaginé que en plena ciudad el aire soplara tanto. Eran las cinco de la tarde cuando me subí al pesero que me llevaría al metro Tasqueña. El calor era aún agobiador, así que no tardé en quedar adormilado mientras veía el camino que recorría el autobus. Una parada más. Tres pasajeros más abordo…

«¡Esto es un asalto! Órale cabrones, denos todo lo que traigan», gritó un sujeto mientras caminaba por el pasillo apretujado. Uno más llegó hasta atrás, junto a la salida, justo enfrente de mí. «El dinero y los celulares, ¡rápido!… ¿qué traes ahí? Sácalo, no te hagas pendejo». En cuestión de segundos el desconcierto y el asombro recorrió el autobus. Gritos de mujeres, forcejeos, manotazos y más mentadas de madre; ambiente tenso. Nunca vi un arma, ni quise averiguar si la había. El resultado final: 40 pesos y un celular perdido. «¿Qué te quitaron?», pregunté al sujeto de al lado: «Mi dinero y un radio», respondió angustiado, pues ya no tenía dinero para su pasaje, me explicó. Con tal resignación en el rostro, sólo pudo rematar lo siguiente: «Ni modo, aquí nos tocó vivir». Sí, pero no de esa manera, pensé.

Ya es Día de Muertos

A continuación les comparto una pequeña cápsula acerca del Día de Muertos.

Voz y guión: Beter
Producción: Emile

Agradecimientos especiales a Ericoy, Emile y Román.

Batallas contra la discriminación

Olga, Carlos, Oscar y Juan José relatan que la discapacidad de una persona está en su estado físico y no en su condición de seres humanos.

La primera vez que vi a Carlos García fue hace más de un año, cuando llegó a mi casa buscando a mi madre para que le diera una consulta médica. Anteriormente ya había escuchado hablar un poco sobre él: un ingeniero en sistemas computacionales, con una vida como cualquier otra, con esposa e hija, al frente de una empresa y conduciendo todos los días un automóvil como cualquier otra persona. Sólo hay algo en él que lo hace distinto a los demás: padece parálisis cerebral.

La parálisis cerebral es un padecimiento que afecta la psicomotricidad del paciente, causado por una lesión a una o más áreas específicas del cerebro, por lo que es común que se presenten problemas sensitivos, cognitivos, de comunicación y percepción, rigidez en los músculos, movimientos involuntarios y trastornos en la movilidad o postura del cuerpo. La parálisis cerebral no es una enfermedad, sino un padecimiento que se contrae durante la gestación o al momento de nacer.

Ese día, hace más de un año, sólo pude verlo a lo lejos cuando hacía una llamada con su teléfono celular, y aunque no crucé palabra alguna con Carlos, desde ese momento nunca desestimé la posibilidad de entrevistarlo en alguna ocasión. Supe que el día llegaría tarde o temprano…

La pérdida de Gaby Brimmer

Una repentina tormenta comenzó a caer durante un sábado por la noche mientras conducía hacia mi destino. La cita era a las diez de la noche en una casa ubicada en la colonia La Mesa, perteneciente al pueblo de Santa Catarina, Tláhuac. La lluvia no cesaba de caer y eso imprimía una atmósfera diferente.

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Relato: entre la ficción y la no ficción

Viernes, aproximadamente las 21 horas.

Al llegar a la entrada del metro Revolución, literalmente me topé con las puertas de acceso al subterráneo totalmente cerradas y rodeadas de transeúntes que no paraban de reclamarle al “poli” su intransigencia de cerrar tan temprano: “los estudiantes vienen haciendo su desmadre por las calles, por eso me ordenaron cerrar las puertas. Nadie sale ni entra” (hasta ese momento constaté que la avenida estaba llena de patrullas). Pero poco a poco se acumulaban las personas que iban descendiendo de los trenes para intentar salir a las calles. ¿A caso alguien pensó que aguardarían encerradas como si nada, esperando pacientemente a que pasara el “peligro”? Con cara de encabronamiento total, el “poli” no tuvo opción más que ceder ante los pasajeros que iban de salida. Mientras tanto, quienes afuera esperábamos a que algo sucediera, tuvimos que pensar rápidamente en otras opciones: “Ni hablar, al pinche metrobus”. Era eso o esperar a los “estudiantes”.

Por segunda vez me vi trepado en el transporte que siempre prefiero dejar como última alternativa debido a mi anterior experiencia (¿alguien ha notado el relajo que es cargar por primera vez las tarjetitas esas, o a caso sí me vi muy lento?). Ya en la estación Chilpancingo por fin pude tomar el metro que me llevó hasta Chabacano, estación en donde abordé un convoy muy particular y que me motivó a escribir estas líneas.

Aproximadamente las 22 horas.

Al entrar al vagón hice los mismos movimientos de siempre. Como a esa hora ya no había mucha gente, rápidamente encontré un asiento casi frente a un viejo no tan viejo de rasgos y atuendos indígenas, quien leía con una lupa su periódico junto a otra mujer (aparentemente su esposa). Recuerdo bien que calzaban huaraches y vestían ropas humildes, limpias y no tan maltratadas. La escena era impresionante: viernes por la noche en la ciudad, viajando en metro y frente a mí, un personaje con un ojo tan enorme como la lente a través de la cual leía las noticias.
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Despertares

Alguien alguna vez me dijo: "Go in silence… don´t walk away, in silence…"

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